¿De qué va todo esto?




¡Hola! Esta es la primera entrada de este nuevo blog, “Venezolanos del mundo”. Realmente los autores son cada una de las personas que cuentan sus historias que iré transcribiendo y publicando en cada post. Esta temática puede sonar un poco familiar… El contar historias de otras personas y difundirlas para que otros se sientan identificados, motivados, o simplemente se entretengan un rato con las experiencias de otros seres humanos que pueden estar en cualquier parte del mundo, pero es algo que consideré necesario para dar voz a personas que tienen una historia que contar, una enseñanza que compartir, un consejo que brindar… Sobre una realidad que les voy a explicar.

Hoy en día, y ya desde hace un buen tiempo, en mi país se han estado produciendo olas migratorias impresionantes, impulsadas por una situación que está presente (en realidad) desde el año 1998-1999. Es decir, desde hace aproximadamente 17 años Venezuela ha estado despidiendo a su gente por diversos motivos, a veces para no verlos regresar. Las fotografías del piso del aeropuerto de Maiquetía, obra del artista Carlos Cruz-Diez, han llegado a convertirse en un cliché. Y qué lamentable es que una obra sea conocida solo por y para las despedidas de tantas personas que tienen que emprender un viaje con su vida en dos maletas. Todo venezolano tiene un familiar, un amigo o un conocido que, por la razón que sea, está viviendo en cualquier otro país del mundo. Por eso somos hoy en día, venezolanos del mundo.

Los factores que impulsan estas migraciones son parte de un “todo” bastante complejo como para explicarlo en un solo post, pero para situarlos un poco en la realidad que le ha tocado vivir a muchos venezolanos haré el intento de dejar claros algunos de los más importantes. Además, en las siguientes publicaciones encontrarán que cada persona refleja las causas y consecuencias de la situación que se vive en Venezuela desde su propia óptica. Esto para ustedes, lectores, les servirá de impulso, de vinculación, e incluso, si no conocen a ninguna persona de este hermoso país, de conocimiento para poder entender lo que se siente tener el corazón tricolor como un venezolano. 

En este país latinoamericano el tema de conseguir y mantener un empleo es difícil, porque el sueldo que recibes es mínimo… Y no me refiero a mínimo con la cantidad normal, mínima (de nuevo) para poder vivir. Me refiero a que la inflación es tan bárbara en Venezuela, que, para hacer una compra básica en un supermercado, necesitas trabajar 6 meses ganando lo que (ahora sí) es el salario mínimo de un empleado. No les hablo de cantidades exactas precisamente porque como está todo hoy en día, lo que comprabas hace una semana con una cantidad de dinero, no puedes comprarlo hoy, ni siquiera la mitad de los productos que solías adquirir. 

Dentro de la crisis política que se vive, lo que quiero destacar es que no existen leyes que protejan al ciudadano, o mejor dicho… Sí existen, pero no se toman la más minúscula molestia por hacerlas cumplir. No hay un sistema de seguridad social que funcione adecuadamente para apoyar a los venezolanos en ámbitos como el laboral, el legal y el de la salud. 

También tengo que mencionar la escasez de alimentos e insumos médicos que se mantiene presente en Venezuela a causa de una situación de regulación de divisas extranjeras como es el dólar, por ejemplo. Las empresas necesitan pedir dólares al gobierno para poder adquirir las mercancías, las materias primas para producir, en fin, para costear todo el proceso que conlleva el mercado de la salud y los alimentos. El gobierno no aprueba la obtención de esos dólares, haciendo que a las empresas les cueste muchísimo más (dólar negro) obtener todos los recursos necesarios. Como consecuencia nos encontramos con desabastecimiento en las cadenas de supermercados, deterioro en la producción nacional, y la interrupción de lo que implica el proceso de producir o traer del exterior medicamentos e insumos básicos para la salud de los ciudadanos. 

Toda esta crisis económica y política (obviamente de una manera mucho más extensa) ha ido arando el campo que le abre paso a la inseguridad. Al faltar alimentos, al tener empleos inestables y salarios que se van volando, y sin que haya leyes que repriman las conductas de los delincuentes, estos se sienten con plena comodidad de robar y maltratar, existe un auge de anarquías en todo el territorio. Y ya ha alcanzado un punto tan grave todo esto, que las mismas personas sin malas intenciones comienzan a robar por necesidad. En mi país se juega con la vida… Lo que es un derecho tan básico como la vida, no es respetado, porque ahí no se vive, se sobrevive. 

En fin, todo es un círculo vicioso en el que cada parte va deteriorándose y va empeorando conforme pasa el tiempo.

Ya teniendo un breve contexto de lo que está ocurriendo en Venezuela, me introduzco. Soy Alejandra Montilla, actualmente estoy viviendo en Barcelona, España y ya tengo aproximadamente un año y medio viviendo aquí. Soy de Caracas, Venezuela, la ciudad más bonita y caótica que he conocido hasta ahora, tiene esa combinación de “no sé qué” que, de alguna forma u otra, te enamora. En realidad me considero afortunada por haber nacido en la ciudad del Ávila, donde crecí llena de buenas experiencias, lindos recuerdos, y rodeada de las mejores personas… Gente muy cálida, muy servicial, siempre apoyándote en logros y fracasos y donde te sientes en familia la mayor parte del tiempo aunque no compartas ADN con esas personas. 

Desde pequeña me ha gustado el baile, comencé a bailar flamenco cuando tenía 4 años y estuve 12 años practicándolo sin parar. Después decidí probar algo nuevo y entré en una academia llamada Ímpetu Centro de Danza. En ella aprendí jazz urbano, un poco de danza contemporánea, commercial dance, incluso tap… Esta fue una etapa muy bonita de mi vida porque tanto mi familia como yo estábamos metidos de cabeza en ese lugar, hice un grupo de amigas que sé que tendré para toda la vida, cada una es diferente a su manera, pero sabemos que el baile nos une, y a raíz de eso nos volvimos cada vez más hermanas. Independientemente de las buenas y malas experiencias, me quedo siempre con la parte sentimental, como compartir un escenario llena de adrenalina junto con personas que quiero muchísimo. Obtener resultados de trabajos que jamás pensé que sería capaz de hacer me llena un montón, y son cosas que recuerdo con nostalgia y una sonrisa en la cara.

La parte de mi vida que más me ha marcado probablemente es la más reciente. Me gradué del colegio en el año 2013 y tuve la oportunidad de irme con 3 amigas a estudiar inglés durante 6 meses en Philadelphia (USA). Fueron meses de aprendizaje y crecimiento sobre todo personal, aprendí un poco qué se siente vivir un poco de tu cuenta y tomar tus propias decisiones de una manera segura o sabia, y al equivocarte, cargar con las consecuencias sin que mi mamá me ayudara con la mitad de ellas. 

Volví a mi ciudad el 8 de febrero de 2014. Jamás había extrañado tanto a mi gente y mi lugar, Philly fue una experiencia increíble, pero no me veía cambiando todo lo que quedaba en Venezuela por un lugar frío (hermoso, sí, pero frío comparado a lo que vengo acostumbrada). En este momento toda la situación económica del país se volvió más inestable de lo que todo el mundo esperaba, pero estábamos bien, tranquilos, y con esperanzas de que todo mejoraría pronto. Durante ese año se dieron una serie de protestas en las que había mucha represión por parte de la Guardia Nacional venezolana. Ya no había libertad de expresión en ningún ámbito, se llevaron presos a varios dirigentes políticos, reprimieron y mataron a personas inocentes; y nosotros siempre estuvimos ahí, caminando, marchando, gritando, apoyando, pensando firmemente en que lograríamos todos juntos un cambio para Venezuela.

Comencé en marzo a estudiar Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello y desde el primer día, una de mis niñas del baile ya me recibía con los brazos abiertos, me presentó a mi primer amigo de clase, Carlos Julián. Y fue así como recién conociéndonos nos lanzamos juntos al ruedo de la Universidad. Ya en poco tiempo teníamos un grupo de amigos súper agradable, todos también con maneras de pensar distintas, sueños combinados o separados, pero sobre todo, con ganas de reírnos en común. Sin importar los inconvenientes del desastre en el que se estaba convirtiendo Venezuela, nos manteníamos en nuestra “burbuja universitaria” en la que seguíamos siendo felices. Hoy en día sigo manteniendo contacto con mis amigos a pesar de ya no estudiar juntos, me llena mucho saber que puedo contar con ellos en mi vida. Otras amistades que necesito mencionar porque juegan un papel importante en mi vida son Andrea, Camille y Dayana, mis amigas del colegio, con las que se comparte absolutamente todo. La situación con ellas es que, ya para mediados del año 2014, solo quedábamos Andrea y yo en Venezuela; y es así como se van separando los grupos (al menos físicamente).

A mediados del año 2015, mi novio Alejandro y su familia decidieron irse de Venezuela, se les dio la oportunidad de cambiar la situación país por algo mejor. Él se trasladó a la Universitat Internacional de Catalunya, en Barcelona; sus papás se fueron a Estados Unidos. Esto fue algo que cambió un poco la óptica con la que veía y vivía las cosas que sucedían en mi país. 

Mi papá también decidió ir a España para buscar opciones de trabajo, sin apuros, pero siempre pensando en que a futuro sería un punto a favor, y casualmente le tocó ir a Barcelona. En el momento en que todo ocurrió, yo sentí que se me derrumbaba el mundo. Todo era incierto, no sabía cuándo volvería a ver a mi papá, tampoco a mi novio… Lo único que sabía es que la situación realmente estaba poniendo cada vez más ajustada a las necesidades mías como estudiante universitaria a la hora de salir al campo laboral, y que junto con eso había que pensar en el futuro de mi hermana menor, Daniela, y por supuesto, la salud emocional a largo plazo de mis papás y de todos como familia. Comencé a replantearme el cómo estaba yo justificando la decadencia de mi país y llegué a la conclusión de que no era justo tener que vivir con miedo, con inseguridades, con un “pero” que siempre bajaba los ánimos cuando querías emprender algún proyecto, hacer un viaje, o planear una simple salida con amigos. No era justo que para yo llegar a mi “burbuja” tenía que mantenerme bajo perfil, tener los vidrios de mi carro negros para que nadie pudiera si quiera pensar en robarme o hacerme algo, tener “mini infartos” cada vez que un motorizado pasaba al lado mío en la autopista, revisar si habían abierto mi carro mientras estaba comprando algo en un centro comercial, no poder sacar el celular y sin embargo tener que buscar la forma de hacerlo escondida para poder avisarle a mi mamá que estaba todo bien, que había llegado o salido de algún lugar… Nada de esto era justificable. 

Yo conseguí trabajar durante ese verano en un programa de radio como asistente de producción, Estereopop en La Mega, conocí mucha gente, aprendí muchas cosas, me disfruté cada programa en el que estuve presente, y también me llevé con mucho cariño recuerdos de cada persona con la que compartí ahí. Después logré comenzar unas pasantías, junto con mis clases en la Uni, en una agencia de publicidad, J. Walter Thompson Caracas, un lugar al que llegué sin expectativas, pero hoy en día extraño muchísimo. Ahí seguí poniendo en práctica mis habilidades de resolver problemas casi en tiempo record, conocí y trabajé con el equipo de cuentas más divertido y único en la historia de las agencias, y en general pasé un muy buen rato cada vez que llegaba a esa nueva “burbuja” de felicidad, trabajo y sonrisas. 

Pasaban los meses y a mi papá no le iba tan mal con su proyecto. Fue entonces cuando decidió que valía la pena hacer un cambio pronto y que toda mi familia estuviera junta en España. Yo comencé con mis trámites para trasladar mi expediente a la UIC y tuve bastante apoyo por parte de la universidad, no sin antes mencionar a mi papá y mi novio que me ayudaron con el tema de contactar con las personas adecuadas y entregar mis archivos. 

Ya el hecho de haberme cuestionado tantas cosas de mi modo de vida en Venezuela, me había dado como una coraza para enfrentar el cambio… Además, cada vez tenía más reuniones de despedidas de amigos que también se iban a otros países en busca de una mejor calidad de vida. Iba a quedarme sola en un caos que no tenía una solución pronta, y a partir de ahí decidí que tenía que soltar un poco la parte sentimental que me amarraba a Caracas, y pensar un poco en los beneficios que me traería emprender un nuevo camino en otro lugar. Lamentablemente eran más los pros que cons cuando pensaba en irme del país, y aunque eso me genera mucha rabia y nostalgia (y no dejará de hacerlo), sé que fue la decisión adecuada, y le agradezco a mi papá por saber tomar decisiones y por haberse esforzado tanto en lograr sus objetivos.

El hecho es que, después de despedirme de mis amigas, amigos y familia durante dos semanas, me despedí de una de mis mejores amigas, Andrea, y de mi casa, el 15 de agosto de 2016. Mi mamá y mi hermana me llevaban al aeropuerto junto con la mamá de una de mis amigas que fue a Philly conmigo, mi amiga y su novio (que volaban conmigo ese día). Llegamos, hicimos el check-in, y esperamos solo un poco hasta que nos tocara entrar hacia las puertas de embarque. Caminé por el piso del Maiquetía consciente de que no había una fecha de regreso en mi pasaje. Cada paso pesaba, y tenía un mix de emociones que creo poder explicar de manera resumida. 

Tenía miedo de con lo que me iba a encontrar cuando llegara a Barcelona, donde mi novio y mi papá me esperaban. Cómo se vería mi nueva casa, qué tan difícil sería la universidad ahí, cómo se escucharía el catalán hablado, si la gente sería abierta a mí, etc… Sentía también mucha rabia de tener que despedirme de mi querida ciudad, de mis actividades favoritas en compañía de la gente que tanto quiero, del Ávila, que tanto aprendí a querer y pisar durante mis últimos 3 meses en Caracas, sentía tristeza por extrañar todo eso aún sin haber despegado en un avión, e incluso sabía que iba a extrañar el caos en el que me movía de vez en cuando. Extrañaría comer pabellón cuando me provocaba, los aguacates gigantes que mi mamá y yo comprábamos, extrañaría todo. Pero por otro lado también me sentía cansada de haber tenido que pasar malos ratos sin necesidad, de la lentitud y la anarquía que hay en cada proceso o trámite que me tocó hacer, estaba cansada más que todo mentalmente. Y también estaba emocionada, dispuesta a darlo todo, feliz por tener un nuevo comienzo sin expectativas, conocer lugares nuevos, quería aprender mucho en tiempo récord; sé que estaría sola a veces, pero tenía ganas de sentirme valiente para poder hacer cosas por mí misma, aprender a usar un autobús, un metro o un tren, y todo esto sin tener miedo de que me asalten. Me iba en busca de cosas nuevas sin omitir quien soy y de dónde vengo, y en ese sentido me sentía orgullosa de mi misma por haber sido capaz de decidir que sí quería averiguar cómo sería ese “buen futuro” del que muchos padres hablan. 

Y así fue, di mis últimos abrazos en Venezuela, a mi bella mami, a mi hermanita y a Mary (la mamá de mi amiga). Traté de aguantarme las lágrimas para que nadie sintiera que solo era un momento triste y de despedida, sino que iba a ser el comienzo de una nueva historia que contar.

Mi mamá y mi hermana llegaron en septiembre a Barcelona, todos comenzamos de cero nuestras metas, pero por un tema del colegio de Daniela, ellas dos tuvieron que volver en enero 2017 a Caracas. Desde ese entonces estamos esperando que Dani termine bien sus estudios para que este verano por fin podamos estar los 4 juntos en el mismo lugar y sin despedidas. 

En este último año y medio pasaron muchas cosas. Mi yaya falleció casi justo hace un año, para mí, mis abuelos eran de esas personas que piensas que jamás te dejarán y te niegas a tan solo pensar en esa posibilidad… Ella y mi abuelo han sido sin duda personas muy influyentes en mi vida, siempre nos manteníamos en contacto (ellos vivían en Galicia desde hace muchos años), siempre que podíamos pasábamos las navidades juntos, los extrañaba todos los días de mi vida, y bueno… Ya por fin teniéndolos en el mismo país, tuve poco tiempo para disfrutarlos, pero me alegro de haber disfrutado lo que pude, porque soy de las personas que prefieren recordar lo bueno antes que lo malo de las experiencias. Mi abuelo tiene Alzheimer, y vivir su evolución ha sido una de las cosas más duras que también me ha tocado enfrentar, nuevamente, lo he hecho con todo el amor que tengo en mí, pero eso no le quita lo difícil. Tener a mi mamá y mi hermanita lejos todos los días también es algo difícil de soportar, no imposible, pero sí muy rudo, no solo por la distancia, sino porque sé que ellas no merecen tener que vivir solas el deterioro que sufre Venezuela. 

Cosas buenas también he vivido, he hecho pequeños grupos de amigos poco a poco, he compartido con gente nueva, he conocido paisajes espectaculares que jamás imaginé ver. Me he reencontrado con amigos de la infancia, con Camille, con amigos de la universidad de Caracas, con infinidad de personas… La he pasado bien. He probado comidas nuevas, también hice el intento de trabajar como vendedora de calle (no me gustó tanto, pero sigue siendo enriquecedor). He tenido ideas que me pueden beneficiar más adelante, me ha ido bien en la universidad, también he compartido y he aprendido mucho de la gente con la que he tenido la oportunidad de estudiar. En fin, siempre hay cosas buenas… Y considero que sonreír al pensar en ello siempre será el mejor símbolo para reconocerlo. 

Este post se me quedó pequeño para todo lo que realmente quisiera contar y explicar, por ejemplo, desde mi infancia. Pero me gustaría terminarlo destacando las cosas y los lugares en los que tanto disfruté hasta ese verano de 2016 en Venezuela. Cosas que hice, como ir a la Isla de Margarita en varias oportunidades con mi novio, y en otra con mis amigas, bailar hasta que el cuerpo no diera más, salir a comer mexicano con mis amigas de la Uni, ir a los cayos del Parque Nacional Morrocoy. Subir el Ávila, comer tequeños en las fiestas, quedarme dormida en mi sofá hasta que mi mamá me dijera que ya basta, que vaya a mi cama, trabajar con amigos en fiestas para niños, conocer Mérida y todos sus paisajes, visitar de vez en cuando a mi familia en Maracay, comer la lasagna (pasticho en venezolano) que hace mi abuela, hacer ejercicio con Andreita, salir a reunirme con mis amigas, las pijamadas en casa de Gaby, ir a esas comidas familiares con Alejandro, patinar y hacer picnics en la Simón Bolívar, jugar volleyball con amigos, ir de fiesta, reir, reir, y ser feliz. 

¡Bienvenidos a este blog!

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