María Daniela Arbeláez: "Sin duda alguna fue lo mejor que me pudo pasar desde que llegué…"
Ella es María Daniela Arbeláez, venezolana en Colombia desde hace un año y tres meses.
“Me fui porque me deprimía la idea de comer únicamente pan o arepas durante la semana (cosa que hoy sería un lujo para muchos de los que están en Venezuela), porque en su momento era lo único que se podía conseguir en un supermercado o panadería… Me fui porque, como todos, buscaba algo mejor que mi país ya no podía darme”.
María Daniela no soportaba la idea de pasar ocho años estudiando para culminar una carrera universitaria que, en realidad, no debería tardar más de cinco. El ir a la universidad cada día, sabiendo que su madre sufría ante la idea de que alguien le hiciera daño a su hija, la robaran o algo peor, no valía la pena para este punto en la vida de ella.
En Venezuela, ella era una persona con sus objetivos claros, estaba encaminada a cumplir sus sueños. Estudiaba Artes en la UCV, disfrutaba de sus hobbies: el canto, en una academia, y estaba iniciándose en el mundo teatral donde además, trabajaba como vestuarista. “Siempre he estado segura de lo que me gusta, pero también estaba segura de que, con la situación en el país, poco iba a poder conseguir”.
“Decidí venirme a Bucaramanga porque era el único lugar que realmente conocía fuera de Venezuela. Mi familia es de acá. Siempre veníamos de vacaciones y, de cierto modo, siempre me ha parecido una Caracas en miniatura”.
María Daniela llegó a Colombia sin ningún obstáculo a nivel legal. Apostilló su título de bachiller y su partida de nacimiento… Apenas llegó, su madre la registró legalmente como ciudadana de Bucaramanga. “Quizás tuve las cosas un poco más fáciles que muchas de las personas que emigran, porque contaba con la ‘doble nacionalidad’”. Sin embargo, como en cada caso, no fue fácil para ella establecerse y adaptarse a su nueva vida. Los primero meses trabajó, temporalmente, con su familia; después envió su CV a cuanto lugar veía y podía aplicar, pero tardó aproximadamente cuatro meses en conseguir un trabajo aceptable en el que contara con un buen ambiente laboral y se compensaran las horas de trabajo, con el esfuerzo y el salario.
“La experiencia de estar en un país nuevo, incluso teniendo familia ahí, no deja de ser dura”. La familia siempre será buena, pero a pesar del apoyo, cada quien debe encargarse de forjar su futuro y encargarse de sus propias cosas. María Daniela explica que “después de un tiempo dejas de ser un familiar invitado y pasas a ser otro más con el que no hay que ser atentos todo el tiempo”.
Sin estar estudiando y sin tener un trabajo, a ella el costó mucho encontrar las formas de conocer gente y hacer amigos. Se sentía sola, y comenzó a ser consciente de todo lo que dejó en Venezuela.
En Mayo de 2017, comenzó a trabajar en una tienda de ropa muy conocida en la ciudad de Bucaramanga como Community Manager y Asesora de Ventas en Línea, esto representaría una puerta abierta para la adaptación de María Daniela a su nueva vida. “Sin duda alguna fue lo mejor que me pudo pasar desde que llegué… A partir de ese momento las cosas mejoraron”.
“En el trabajo conocí a muy buenas personas que acabaron convirtiéndose en grandes amigas, y aunque suene ‘exagerado’, dejé de sentirme como una persona asocial”. Actualmente trabaja en un sitio que le encanta, rodeada de personas cariñosas, tiene un buen salario con el que puede aportar algo en su casa y darse ‘lujos’ como salir de fiesta, comer afuera, ir a un gimnasio y comprarse ropa de vez en cuando. Este tipo de cosas consideradas como materiales, eran bastante inusuales de tener o de poder hacer en Venezuela los últimos meses en que María Daniela estuvo ahí.
“Todavía no puedo estudiar… Las universidades son costosas en Colombia y, aunque en las públicas se paga un poco menos, no existe una carrera similar a la que estaba estudiando en Caracas… Sin duda ha sido una experiencia dura, porque pasas de tener una identidad, un reconocimiento en tu entorno, y saber perfectamente dónde estás parado, a ser un desconocido con una identidad borrosa, incluso aunque mantengas las metas de tu vida muy claras”
A pesar de que no todo ha sido color rosa en el proceso, ella se siente agradecida. Tiene una familia que la ha apoyado en todo momento, tiene un hogar y goza de muchas comodidades. “Es duro encontrarte en una ciudad como esta, casi fronteriza, y tener que ver a un venezolano en cada esquina pidiendo dinero para poder comer, o familias enteras durmiendo en parques pasando necesidad… He presenciado la xenofobia y rechazo hacia inocentes por culpa de las acciones de otros…”
En su caso, pese a las advertencias que le hicieron sobre ‘lo mal que tratan a los venezolanos’, en ningún momento se sintió maltratada o denigrada, sino todo lo contrario. “En mis primeros meses viviendo aquí no hubo un solo día en el que me haya subido a un taxi o haya entrado a una tienda y no hayan reconocido mi acento venezolano. Me preguntan sobre la situación del país y me dan sus buenos deseos para que Venezuela salga de ese infierno… Con esto no reniego la posibilidad de que haya personas tratando mal a los venezolanos o a cualquier otro sin importar su nacionalidad; gente mala hay en todo el mundo, por eso mismo siempre diré que así como a nosotros no nos gusta que generalicen, no podemos hacerlo nosotros.
Creo que ese ha sido mi mayor aprendizaje este año… A veces pienso que el mundo sería mejor si fuese como lo describió John Lennon: sin países, sin guerras y todos compartiendo el mundo. A las personas les hace falta entender eso; vivimos en un mundo lleno de guerras e injusticias, donde se juzgan a unos por el crimen de otros, o donde simplemente hablamos sin fundamentos, o actuamos sin conocer las batallas con las que ha tenido que lidiar cada quien. Sin importar de dónde sean, siempre se encontrarán esos corruptos, injustos o simplemente esas malas personas… Pero también encontraremos gente increíble, dispuesta a ayudar y enseñar en cada paso que damos en el camino. Personas que te aceptarán y te tratarán como lo mereces, sin importar tu origen”.
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